El chocolate: sus inicios y nuestra herencia

El árbol de cacao es originario de las costas e islas del Golfo de México. A partir de allí, su cultivo se extendió a Sudamérica y posteriormente a África. Los antiguos Aztecas y Mayas conocían las bebidas a base de cacao y usaban los granos como moneda. En el año 1519 fue descubierto por los españoles, quienes le añadieron azúcar para hacer más agradable su sabor y lo propagaron por Europa. En dicho continente, el consumo de cacao se popularizó a partir de 1640.

Paradójicamente, el chocolate proviene del grano de una planta netamente tropical, y es un producto indispensable en zonas frías por su alto potencial calórico y proteico. Por dichas características, se convirtió en un complemento dietario básico para los habitantes de las regiones montañosas de Europa.


Desde esas mismas zonas surgieron las corrientes migratorias que desembarcaron en nuestro país.
A través del Pacífico, desde Chile por los pasos cordilleranos, y más adelante también desde Buenos Aires, estos inmigrantes llegaron a la región de los Lagos Patagónicos buscando condiciones climáticas y paisajes similares a sus tierras nativas. Así fue como arribaron a San Carlos de Bariloche, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
La impronta de sus costumbres, danzas y arte culinario, se reflejan hoy en día en una de las fiestas más populares e importantes de nuestra ciudad: “La Fiesta de las Colectividades”. En ella participan colectividades locales que representan a países como Alemania, Eslovenia, Suiza e Italia, entre otras.

Se puede decir entonces que, fueron los pioneros europeos quienes nos trasladaron, entre sus costumbres, la del consumo del chocolate. Las familias provenientes de las zonas montañosas de Alemania, los Cantones Suizos, los Alpes Italianos y/o de los Pirineos Franceses y Españoles, nos introdujeron en la técnica de su elaboración, ya que era ajena a las costumbres alimenticias de los Mapuches y Criollos de la región. Ellos hicieron escuela y nos enseñaron el camino de esta tradición, que en la actualidad ya se ha convertido en una típicamente barilochense. Cada eslabón generacional ha ido aportando nuevas ideas e innovaciones, buscando la excelencia en materias primas y maquinaria, para así lograr productos artesanales de calidad.


Por nuestra parte, y como dignos descendientes de italianos, hemos asumido con orgullo esta herencia. Mis hijos, Franco y Tomás aprenden y se capacitan con el fin de proporcionar productos de calidad. Su promesa: “Continuar con la tradición y desarrollar chocolate artesanal patagónico de calidad, por varias décadas más”. Tengo la certeza de que sus descendientes serán, tanto como ellos, un orgullo de esta Tradición.

Don Diego.